Dejar ir, o la práctica de la elección

Estoy subiendo al subte. Somos muchos. Siento, como todas las veces anteriores, el peso de las personas sobre mí. Nada es distinto. Sigo escuchando la música en mis auriculares. O hay algo distinto? Sí! Mi celular no está en mi bolsillo. Ups. Escucho dentro mío: "OK. Bajate y relax". OK.

El subte se va. La música sigue. "Mmm, pero eso significa que quién se llevó el celular aún está aquí..." llegué a pensar. Y era él. Joven. Moreno. Con dudas. Me miraba, y yo a él. La gente pasaba. La música seguía. Era él.

Esperé. Convenientemente pareció recibir un llamado, y comenzó su retirada. Lo acompañé. Subió las escaleras, y yo con él. No había nadie al rededor, solo él y yo. La música seguía...

Algo me decía que debía seguirlo. Hasta que comprendí: mis experiencias anteriores, este mismo mes, habían sido de rapidez, de no ver quién ni cómo se iba con el bien. Tan rápidos y furisos en su fuga. Ahora, sin embargo, todo parecía en paz. Él y yo, también.

Y ese fue mi momento de verdaderamente soltar. Vi como subía las escaleras, y para entonces, yo iba en dirección contraria.

Solté. Más paz. Mucha más. Oleadas. Y la pregunta se mantiene: "quién soy?"

Y la música se detuvo.


Publicado originalmente el 11 de octubre de 2019 en:




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